En la reciente reunión del Foro Económico Mundial en Davos, ONUSIDA lanzó un llamado claro y contundente: los líderes globales deben comprometerse a garantizar el acceso equitativo y rápido a los nuevos medicamentos de acción prolongada contra el VIH. Estos avances científicos representan una esperanza real para marcar el fin de la pandemia del sida, pero su éxito depende de la acción inmediata y coordinada de gobiernos, farmacéuticas y la sociedad civil.
La ciencia ha dado un paso extraordinario. Medicamentos como el Lenacapavir, desarrollado por Gilead Sciences, y el Cabotegravir, producido por ViiV Healthcare, han demostrado ser altamente efectivos para prevenir el VIH. Con solo dos dosis anuales, el Lenacapavir ofrece una protección superior al 95%, mientras que el Cabotegravir, administrado cada dos meses, ya está disponible en algunos países. Estas innovaciones, junto con anillos vaginales y otras opciones en desarrollo, podrían transformar la prevención y el tratamiento del VIH. Sin embargo, su potencial quedará desaprovechado si no se garantiza el acceso universal.
Según Winnie Byanyima, directora ejecutiva de ONUSIDA, estas tecnologías podrían acabar con el sida para 2030, pero solo si se actúa con ambición y compromiso. “No tenemos problema con que las farmacéuticas obtengan beneficios, pero no toleraremos la especulación”, enfatizó. Especulación que se evidencia en prácticas como la demora en licenciar genéricos o la exclusión de regiones clave, como América Latina y África subsahariana, de los acuerdos de fabricación y distribución. Estas decisiones perpetúan las desigualdades y frenan el acceso a medicamentos que podrían salvar millones de vidas. La realidad es preocupante: los genéricos del Lenacapavir y el Cabotegravir avanzan lentamente, y muchas regiones, como América Latina y África subsahariana, han sido excluidas de los acuerdos de fabricación y distribución.
El costo también es una barrera. En Estados Unidos, el tratamiento anual con Lenacapavir puede costar hasta 40,000 dólares por persona. Un estudio sugiere que los genéricos podrían reducir este precio a tan solo 40 dólares anuales si se producen a gran escala. A pesar de ello, la falta de voluntad política y la insuficiente presión sobre las farmacéuticas han ralentizado los avances.
Hoy, 30 de los 40 millones de personas que viven con VIH reciben tratamiento, un logro significativo que refleja décadas de avances médicos y sociales. Sin embargo, este progreso sigue siendo insuficiente, ya que millones de personas aún enfrentan barreras de acceso, desigualdades regionales y precios prohibitivos, especialmente en países de ingresos bajos y medios. Este déficit no solo perpetúa el sufrimiento humano, sino que también frena los esfuerzos globales para erradicar el Sida. Solo 3.5 millones de personas utilizan profilaxis previa a la exposición (PrEP), y ONUSIDA tiene como meta alcanzar a 10 millones para 2025. Byanyima hizo un llamado a la ambición colectiva, recordando el éxito de iniciativas como las vacunas contra la COVID-19 y los anticonceptivos inyectables, que han llegado a millones de personas en tiempo récord.
Esta es una oportunidad histórica para cambiar el rumbo de la pandemia del VIH. Los gobiernos deben intervenir si las empresas no actúan con la rapidez necesaria. Es momento de que la ambición científica se traduzca en justicia social. Hago un llamado directo a los líderes gubernamentales, farmacéuticas y organizaciones internacionales: comprométanse ahora a garantizar precios accesibles, ampliar la producción de genéricos y priorizar a las regiones más afectadas. Acabar con el sida no es solo un objetivo alcanzable, es un imperativo moral que exige acción inmediata. Si el mundo puede movilizarse ante una pandemia como la COVID-19, también puede hacerlo para poner fin al sida de una vez por todas.
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